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"¿Que culpa tengo yo, de tener la sangre roja y el corazón a la izquierda?"

Infieles con permiso

Infieles con permiso
 
Foto: Mauricio Paz

Para entonces el reloj marcaba las nueve de la noche. El lugar de las “pasiones compartidas” era una casa en el barrio Alameda (Cali) como cualquier otra; de fachada con tablones de mármol y puerta de esas hechas en ferretería, digna de la arquitectura del lugar.

Un tablero electrónico daba cuenta que en Cali los termómetros se aplomaban en los 19 grados. Tras irrumpir en el interior del clandestino lugar, quien da la bienvenida es un hombre de unos 50 años: alto, piel morena y cuyo escaso cabello, refractaba las luces de la recepción. A sus espaldas una pared de madera, tímidamente dejaba escapar la música del lugar. El guión a seguir es incierto.

- ¿Se debe cancelar ya? ¿Cuánto es?
Por supuesto – asienta el hombre - son setenta mil pesos.

Ya comprado el pasaporte a lo desconocido y con las cuentas claras, el encargado indicó el camino a recorrer. La sensación de peligro y curiosidad no abandonaron nunca las honduras de mi conciencia.

El sonido era ensordecedor y envuelto por la oscuridad de un pasillo, el paso a paso se tornaba lento y tímido. La primera imagen fue la de un trasero sostenido firmemente por un par de piernas musculosas y morenas que se plegaban y estiraban al son de la melodía, pero a tono con una mujer que cumplía con su coreografía.

El sitio no tiene nada que envidiarle a una discoteca: luz tenue, aromas de la noche y ambiente de deseo. Eran unos 20 metros cuadrados. En el centro, una pista de baile custodiada por una barra gigante que demarca el lugar. El jacuzzi y un sauna al lado izquierdo, esperaban los amantes.

El panorama divisaba unas diez parejas, sin incluir los bailarines. Todos eran adultos, entre los 35 y 50 años. Para entonces, la dicotomía de los asistentes era inviolable y observaban atentos el show ofrecido, que se volvía pasional.
El hombre de las “piernas plegables”, desenfundaría su miembro para recubrirlo con un preservativo; de ahí en adelante, junto a su compañera de coreografía, se entrelazaron con tal pasión que los asistentes al lugar se fueron contagiando uno a uno.

Sonaron tres canciones, mientras las parejas rompían el hielo. Acto seguido, el animador del lugar salió a la mitad de la pista gritando que esa sería la noche de nunca acabar.

Aquel hombre, con una mano en el micrófono y la otra en su entrepierna, similar a un jugador de fútbol que aguarda el pitazo de un tiro libre, ordenó una tanda de reggaeton para que las mujeres trataran de seducir al hombre ajeno. En ese lugar todo era de todos.

La rutina era obligatoria y las más experimentadas persuadían a las novatas para que se quitaran la ropa. Ninguna se resistió. Las Evas se contoneaban libres y seductoras en el paraíso de las pasiones compartidas.
El turno siguiente era para los caballeros, quienes con menos tapujos aceleraban ávidos el inicio de los intercambios. Finalizaba la demostración de verdaderos ‘strippers’, por lo que de ahí en adelante todo fue una mezcla de lujuria, sexo y desinhibición.

No quedaba un sólo secreto y los asistentes ya eran bienes públicos. Una pareja se besaba, al tiempo que dos mujeres desconocidas en la cotidianidad, pero amigas en la lujuria se acariciaban mutuamente, mientras una tercera rompía el binomio con un par de juguetes sexuales.

Todos se tomaban de las manos para explorar las atracciones del lugar. Para ese entonces la protagonista era una ecuatoriana alta, de cabello largo y rubio; sus senos eran firmes y empinados como un par de picos que se asoman en el horizonte.

Rosa era su nombre y Joaquín su hombre, quien ya se encontraba embadurnado por las mieles de otras dos mujeres. Ella, por su parte, se unió a una pareja que deambulaba el lugar y preguntó: “¿para dónde vas, nena?” refiriéndose a una joven de unos 20 años y sin rasgos físicos sobresalientes. Caminaba junto a un chico que no la sobrepasaba en edad remojó sus labios y esperó paciente el beso que Rosa tenía preparado para ambos. Aquel instante, como el resto que le seguirían, pasó cuadro a cuadro. La fantasía de muchos se concentraba en contemplar la sublime unión de las Venus que se entrelazan en una sola sin dejar tempo a las palabras; sus lenguas se enredan de tal forma que parecería una sola, sus pezones erectos chocan de frente como polos opuestos y ni hablar de sus húmedas entrepiernas que describían toda la pasión del momento.

Ya la noche del sábado moría y la madrugada del domingo apenas nacía, pero la apasionada Rosa, dirigía la escena. Sus cómplices de noche se mostraban sumisos. Caminaron juntos a un cuarto de dos metros de largo por tres de ancho. En su interior, un pequeño catre impregnado de sexo, pasión y lujuria, esperaba por los amantes. El olor de la pasión ya se había fermentado en sus cuerpos.

Varios minutos de caricias pasaron para que Rosa y la sumisa joven se convirtieran en una sola, sus bocas conjuraban todo el morbo que el sitio producía por sí mismo. El hombre que miraba incrédulo la escena, esperaba impaciente para explorar cada rincón de sus cuerpos y sin pensarlo, Rosa pidió a su amante de turno olvidarse del entorno.

Cuarenta y cinco minutos habían pasado entre besos, caricias, mordiscos y gemidos. En ese momento Rosa se fundía en el sexo de aquel hombre, al tiempo que su compañera disfrutaba del cuadro y se auto complacía. Por su parte, Rosa aferró sus manos al pecho de su amante y gritaba: “no aguanto más, me vengo”. Pasaron dos o tres segundos para que su cuerpo alcanzara el punto máximo de excitación; sus ojos se desorbitaron mientras su chacra sexual derramaba un líquido que era apenas visible por el brillo de la luz.

La fiesta ya llegaba a su fin y Rosa abandonaba el lugar sin fuerzas y, por lo que decía, muerta del hambre. Por sobre su hombro, la pareja de amantes contemplaban sus rostros incrédulos de haberlo hecho. Supongo que de Rosa no supieron nada más.

Qué Cuquera (Los tiempos del Coño afeitado)


Por... Camilo Beltran

¿Qué tiene de malo encontrar un pelo en la comida? ¡Todo! Si eso sucede en un restaurante, lo más seguro es que le pidan perdón cientos de veces, mejore totalmente la atención, le cambien el plato y le envíen uno nuevo con los ingredientes que desee y hasta le regalen el postre. Fácilmente, al final del día, el encargado de coordinar la entrega de los platos perderá su trabajo.

Sin embargo, qué penalización habría para una mujer que entra en la cama sin depilar su pelo púbico. ¿Cárcel? ¿Fusilamiento? ¿Una tarjeta roja? ¿Un memorando? ¿Regalarle una depilación láser? Encontrarse con la reproducción de Chewbacca -el bicho peludo de la Guerra de las galaxias- cuando todo marcha perfectamente en la cama, puede sacar corriendo a cualquiera. 

Una mujer con el pelo púbico prominente no está enferma o sucia, pero si se rasura totalmente o deja una leve sombra tal vez las cosas se verían mejor. El golf -entre otras cosas- es un deporte exquisito porque el césped permanece bien cortado. Cuando el vello púbico es largo y espeso puede desfigurar, de forma definitiva, los órganos genitales. Es horrible. 

Pero hay otras versiones. El monte de Venus (nombre que se le ha dado a los vellos púbicos de la mujer) es un gusto excéntrico de los poetas románticos, producto de una de las campañas de Greenpeace en contra de la deforestación o parte del menú de Trópico de Cáncer, de Henry Miller: "Un coño afeitado es como una ostra: insípido y horrible". 

Miller no es el único defensor. En la edición 73 de la revista El malpensante, Rodrigo Maya Blandón escribe el artículo Defensores del Monte de Venus y habla de "un grupo de varones" que crearon una organización gubernamental "que hemos denominado Defensores del Monte de Venus, cuyo objetivo es evitar la tala despiadada de esa zona que el rey Salomón en su libro bíblico El cantar de los cantares, capítulo 8, versículo 14, define metafóricamente así: "Corre, amado mío, corre como un venado, sobre los montes llenos de aromas. Tu ombligo es un ánfora donde no faltan vinos aromáticos. Tu vientre, un haz de trigo rodeado de azucenas". 

¡Pero todo eso es mentira! Sobre esa maleza -no monte- no corren ni los dedos, los aromas no son nada agradables y a menos que esté alucinado se puede ver como una lindita plantación de trigo.

Falda Arriba, Calzones Abajo












Falda Arriba, Calzones Abajo

Por... Pedro Mairal

Tangas, calzones matapasiones, cucos de lycra, de algodón, de encaje; aquí está uno de los misterios que todo hombre quiere solucionar día tras día: lo que hay debajo de la falda.

En una terraza de Nueva York, Luisa Lane, entrevista a Superman (al verdadero, al de mi infancia, al actuado por Christopher Reeve). ¿Es verdad que puede ver a través de las cosas?, le pregunta. Sí, contesta él. ¿De qué color es mi ropa interior?, pregunta ella. Él dice: rosa, y ella se ruboriza. Gran escena. Siempre le envidié a Superman ese superpoder, lo hubiera preferido mil veces al poder de volar. Uno podría saciar la infinita curiosidad  que genera el cuerpo de  las mujeres, las formas que uno intuye bajo polleras, pantalones, blusas, suéteres... Uno podría ver por fin lo que realmente quiere ver. 

Una leyenda familiar decía que a los 16 años mi bisabuelo francés subió de polizón a un barco que viajaba a la Argentina, escondido bajo la falda de una señora que lo protegió. Hay que pensar en ropa muy distinta de la actual, las mujeres podían esconder gente bajo sus anchas polleras, unas faldas incuestionables que ningún guardia se atrevería a requisar. Eran otros tiempos.

Pienso a veces en mi bisabuelo escondido en la penumbra secreta de esa honorable señora del siglo XIX y me pregunto si no habré heredado cierto gusto por esa intimidad. Me acuerdo que, cuando yo todavía iba a misa en mi preadolescencia, una vez un cura dijo en su sermón que solo algunos elegidos estaban bajo el manto de María, y creo que yo quise estar entre esos pocos pero por las razones equivocadas, me gustaba la idea de esa penumbra celestial y erótica. Una herejía involuntaria y hormonal. Siempre me gustaron las Marías. En un poema poderoso César Vallejo le recrimina a Dios: ¡Tú no tienes Marías que se van!

Las Marías se van y te dejan extrañando cosas que ni sabías que extrañabas: la tanga colgada del grifo del baño, por ejemplo. Uno vive de esas cosas. Detalles femeninos. Uno puede quedar pendiente de lo que le va haciendo el viento a una mujer hermosa por la calle, para ver si de pronto un mínimo golpe de aire nos deja mirar los muslos y quizá con muchísima suerte un velocísimo atisbo de sus pantis, cucos, calzones, como se quieran llamar, aunque tengo que decir que no me gusta nada la palabra bombacha que se usa en Argentina.
Las bragas españolas, no están mal. Pero los pantis... Es una palabra bastante graciosa y colorida, con ese plural. Los boricuas usan la expresión "baja pantis" para hablar por ejemplo de un hombre ganador con las mujeres, es un tipo baja pantis, o incluso un buen auto puede ser muy baja pantis. 

Pero volviendo a los pispeos (o a la manía de espiar), qué maravilla cómo manejan las mujeres el arte de sugerir, de mostrar apenas, de dejarse espiar. Qué bien estudiado tienen el cruce de piernas con el vestido corto. Saben perfectamente cuánto dejar ver. Les gusta mostrar un poco de su intimidad, la caída casual de la tirita del brassier o del vestido, el elástico de la tanga asomando por el jean de tiro bajo. El arte del escote, con su abismo. Muchos trucos estudiados para darte apenas un veloz atisbo de belleza, como un fogonazo, para encandilar. 

Qué bien juegan ese juego durante toda la vida. Se preparan para eso, se consultan, se visten juntas, se miran, se preguntan: ¿Me marca mucho? ¿Me hace gorda? ¿Estoy muy puta? Y esa relación que tienen con su ropa interior, esa manera de esconder cosas en el corpiño, hasta pueden llevar el celular en el escote.

Las mujeres por conocer guardan un misterio que uno quiere develar, desanudar, como un bombón bajo envoltorios sucesivos que vamos abriendo de a poco para alcanzar por fin su corazón de chocolate. Primero la ropa exterior, después la ropa interior, hasta llegar a la desnudez total o casi total, porque todavía están los anillos y pulseras y collares y aros, que podemos ir sacando como sugiere Neruda en su poema La noche del soldado, hasta llegar al cuerpo ininterrumpido de una mujer, donde nada se interponga entre su piel continua y nuestro beso. 

Ese despojamiento puede tardar un rato, una noche, semanas, meses. No hay que apurarse. Hay que mostrar insistencia y decisión, pero nunca hay que desesperarse, más bien hay que ir disfrutando los milímetros conquistados. Los estilos de las mujeres para desnudarse son diversos y sorprendentes. Las hay que les gusta que las desnuden, otras que prefieren quitarse ellas mismas la ropa. Algunas son desafiantes y sostienen la mirada, otras son tímidas, o simulan serlo. A veces sucede ese desnudamiento cruzado, del hombre lidiando con los botones de la mujer mientras la mujer lidia con los botones de él, pero si se vuelve muy torpe y urgente el asunto, entonces ambos de mutuo acuerdo se ocupan de sus propios cierres, broches y botones. 

Hay mujeres que se desvisten a los tirones, revoleando la ropa con calor (en general son veinteañeras), hay mujeres que dejan su ropa prolija sobre la silla. A veces quieren que veas su ropa interior, a veces no quieren. Depende cuán preparadas estaban para ese encuentro.

¡Y la diversidad de estilos de ropa interior! Tangas, culottes, biquinis... de lycra, de algodón, blancos con corazoncitos rojos, de encaje, negros, de seda, a rayitas, a lunares, a florcitas, con voladito, con animal print símil leopardo (yo trabajaba hace años en una empresa donde una compañera cada vez que se agachaba para poner resmas nuevas de papel en la fotocopiadora, dejaba ver  la parte de arriba de su tanga de leopardo; la llamábamos en su ausencia "tanguita de leopardo" o Jane, por la novia de Tarzán). 

Y los hay con inscripciones, de esas que se suelen ver al día siguiente, desayunando en la cocina, cuando ellas abren la heladera y vemos que en un cachete de su biquini dice "Girls rock" o "Juicy", "Sexy",  "Princess", "Love", y hasta vi una en la feria de Parque Centenario que decía: "Sacamela con los dientes". La pantidiversidad, el polipantaletismo, el multicalzonismo femenino. Las mujeres las consiguen donde sea. En la farmacia he visto unas cajitas de tres pantis, de distinto diseño: uno a rayas celestes, otro de flores, y otro bordó, por ejemplo, para la ingenua, la hippy y la femme fatale que una mujer puede ser a lo largo de un mismo día, depende el orden en que le vayan pegando las ondas, depende lo que vaya deparando la jornada. Nunca se sabe.

Una amiga viaja a Nueva York todos los años y compra en el barrio dominicano quinientas bombachas por doscientos dólares y después las revende en Buenos Aires mucho más caras. Me cuenta que donde saque su canasta, en cumpleaños, bares, o bautismos, las mujeres largan su cerveza, su novio o el recién nacido para agolparse alrededor y elegir la que más les gusta. Se codean, levantan una muy guerrera y le dicen a la amiga "esta, para tu cita de mañana". 

En general las solteras eligen sobriedad, y las que están en pareja, ya sin miedo a ser juzgadas, eligen quizá las más osadas, las rojas, o con cierre, o con plumitas, o transparentes. Los hombres, una vez en la vida, elegimos entre bóxer o calzoncillos y ahí nos quedamos con nuestras alternativas. Las mujeres tienen más capacidad de juego. Si pensamos en la transformación de su ropa interior, desde el mameluco de algodón, pasando por el corsé ajustado con cordones, la combinación y el viso a media pierna, hasta llegar al triangulito mínimo de la tanga y el biquini, o incluso hasta el corpiño usado por afuera de la ropa al estilo Madonna, se hace evidente el largo camino de liberación que vienen recorriendo.

Con respecto a la lencería, habría que hacer casi un tema aparte. Me refiero a los portaligas, las medias, los conjuntos de lencería erótica. No hay nada como una mujer que va camino a encontrarse con su amante, ataviada por debajo con un conjunto de esos de lencería. Ya en su secreto está todo cifrado. Ese tipo es el más afortunado del mundo y tiene que atesorar su expectativa como uno de los mejores momentos de su vida. Esa mujer se vistió así para enloquecerlo, para complacerlo, y se lo dice con un mensaje en el teléfono celular: me puse la lencería que me regalaste, llego en un rato.

La vida sexual de una persona quizá no se ponga mucho mejor que eso. Hay algo en esos elásticos, esos aparejos como de yegua de tiro, de carruaje, todo el atavío, las correas, los elásticos, lo tirante, hay algo de arnés de yegua caliente, respirando fuerte, mojada, ceñida, ajustada, las ancas redondas, el culo gigante, las medias negras al muslo, la estampa de una mujer superpoderosa... El uso de la lencería erótica es un hecho estético en sí mismo. Pero dejémoslo ahí porque los fetichismos no tienen mucha explicación. 

¿Qué sucede después?, ¿cómo se quita todo eso? Bragas, pantaletas, ligas, portaligas, corpiños, sostenes, culottes, biquinis, ¿cómo descubren el cuerpo? García Márquez en Vivir para contarla describe cómo se sacó las bragas la prostituta con la que perdió su virginidad y dice algo así como que se las quitó con las piernas bien estiradas y un rápido movimiento de nadadora. Eso es un escritor, el que te hace ver por primera vez algo que quizá ya viste varias veces pero nunca lograste fotografiar con palabras. 

Los buenos escritores enseñan a mirar. Así se sacan los calzones las mujeres cuando están acostadas: como nadadoras. A las mujeres no les gusta quedarse con las bragas esposándoles los tobillos (quizá porque en algún momento necesitan abrir las piernas), siempre las terminan pateando y qué felicidad cuando eso sucede. Los pantis volando por el aire. 

Y ahí se revela, en esta suma de revelaciones progresivas del desnudarse de las mujeres, algo todavía más esencial: el origen del universo, el pubis. Otro foco de diversidad femenina. Porque, retrotrayéndonos a las modas de las épocas, podemos encontrarnos con un pubis neanderthal no depilado hace tiempo, como de barba a los muslos, un encuentro que no le deseo a nadie. 

Después están los pubis de barba freudiana, poderosos, hirsutos, de pelambre casi impenetrable, irritadora. Más cerca de nuestros días (aunque todos estos pueden ser simultáneos y contemporáneos) están los pubis ya más cuidados, de triángulo equilátero, setentosos, presentes. Después el triángulo púbico que se vuelve más agudo, se angosta hasta quedar en bigotito führer, de cavado años noventa, como transición hacia el pubis más extremo: el depilado completo, el llamado koyak o brasilera, la negación del primate original, el pubis angelical, pelón, pelado, lampiño, impuesto por la moda dominante del porno. 

Sospecho que el pubis de triángulo presente va a volver, no en nivel arbustivo, pero sí como algo que de a poco se está dibujando nuevamente en la íntima conciencia física de las mujeres de esta primera década del siglo XXI (esta teoría puede fallar). 

Las mujeres no dejan nunca de sorprendernos. A veces -porque tengo un poco de cada fetichismo- ejerzo mi costado voyeur; me gusta espiar cuando mi amada se cambia o se viste. Me encanta. 

Me hace feliz el ruido del ajuste del elástico, ese tic, tic, de acomodarse mejor el corpiño, o de subirse mejor los pantis, la manera en que se abrocha el corpiño por delante y después le da vuelta para ponérselo, o cuando está de pie, subiendo una pierna sobre la cama para acomodarse una media. Todo ese show para mí, ese striptease en rewind. 

Pero para que suceda no hay que mirar descaradamente, hay que espiar, y en algún momento largar un piropo, un "qué lindas tetas que tenés, mi amor". Cosas así. Porque hay que celebrar su presencia en tu vida, hay que darse cuenta de que serías muy infeliz sin su atmósfera femenina circundándote. Hace poco escribí el final de un tango, la última estrofa nomás, que dice: Tus tangas a florcitas/ colgadas en el ténder/ me bailan en la luz del corazón.

Hot Sweet Mamita Rica


 Por... Joze Luis <Facebook > <Twitter>

He tenido épocas en mi vida, en las que he pensado en tener hijos y formar una familia como lo hace todo el mundo. Me veo en un futuro con una linda esposa de buen cuerpo, lindo rostro, cabello liso perfecto, buen culo y tetas redonditas; pero sobre todo lo estético la idealizo inteligente, emprendedora y de buen humor. Me he imaginado al lado de ella con dos o tres desgraciaditos, por ahí brincando y pidiendo a gritos que les compre juguetes o los lleve a DisneyWorld (como si el dinero naciera en las ramas de los arboles). Entre mis planes podría estar en ponerle a mi primer hijo Adrian y a mis hijas un nombre tipo Valeria, Valentina o Mariana, para hacer contraste con las Marias, Linas y leidys que inundan el país. Pero entonces he ido creciendo y aprendiendo las delicias y locuras que más de una hace cuando sólo uno las ve, y he comprendido que no quiero estar una noche monótona cenando y discutiendo temas políticos o intelectuales con mi inteligente y bonita esposa, recordando mi época deportiva en el colegio y sabiendo que en lugar de haber estado en una cancha me la pasaba en los vestidores con las porristas del equipo. Y me da miedo el solo hecho de imaginarme en dónde podrían tener sus bocas mis hijas en ese momento.

Todo esto pasa en la transición mi época de estudiante de secundaria y mientras transcurre mi época de universitario, MTV dejó de programar videos musicales para mostrar realities donde reina el que mas ‘tire’, conocí mi lado hedonista donde solo me preocupó el placer carnal, he conocido muchas mujeres promiscuas que les encanta ‘la buena fiesta’, probé la drogas y conocí a varios degenerados con los cual la pasaba ‘de lujo’, y me dio miedo de tan solo imaginarme que Adrian (mi hijo) para esa época terminaría oliendo porquerías que quizá para esa época yo ya ni pruebe y que aquel canal de televisión que mi generación tanto admiró le dañe la cabeza y cree un patrón de comportamiento.

Hace unos días me encontré con una ex novia que ya tenía 2 hijos cada uno sin su padre. Una pobre mujer que si pudiera devolver el tiempo andaría con un condón en el bolsillo y si pudiera se hubiera ido de este país a estudiar en alguna buena universidad extranjera, me saludo y pregunto sobre mi vida, dándome a entender entre frases que su vida ha sido complicada y que estaba cansada, pero en un aire desesperado de libertad quería seguir divirtiéndose, me invito a salir e ir de fiesta diciéndome que dejaría a sus hijos con la abuela. Debo aceptar que no me rehusé a la propuesta… digo es una vieja amiga y tenia ganas de saber de su vida.

Me introduje con ese ejemplo de estadística, como por tratar de comprender lo que sucedía o sucede en mi cabeza acerca del futuro. Cuando la pobre mujer llegaba a mí y comenzaba a besarme podía sentir una energía triste y aburrida. Podía sentir como sus dos desgraciaditos le habían succionado toda la alegría.

Confieso que desde hace un buen tiempo para acá cada vez que me conecto a mi Facebook tengo la paranoia y cruzo los dedos para que alguna de las promiscuas o borrachas con las que me he metido no me haya publicado una foto de una ecografía o un comentario diciendo que seré papá. Es mi impresión o los condones han perdido la calidad o acaso se volvió una moda preñar.

El gran pensador José Martí dijo alguna vez que "Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro". Pues yo no he plantado el árbol, no he escrito el libro, pero si he leído muchos y  pues de momento y con tanta idea que ronda en mi cabeza no seria capaz de traer a la vida a un desgraciadito para hacerle el mal y que viva en este mundo de locos.

La verdad hay tanta tecnología, lugares y cosas por conocer, sensaciones por sentir, que para un tipo de mi clase con una carrera mediocre, la llegada de unos niños impediría disfrutarlas. Tal vez cuando sea un anciano (si no muero joven) me arrepentiré de no haber dejado un legado, pero la verdad, por ahora en este mundo donde todos se sienten presionados u obligados a procrear. Para mi la felicidad futura es diferente, tener una alta estabilidad económica, encontrarme un bar donde estén todos mis amigos, una ‘Hot Sweet Mamita Rica’ y que nunca falten un par de amigos y amigas con quien reír. El problema será convencer a la ‘Hot Sweet Mamita Rica’ que no le den ganas de amamantar y traer a la vida unos desgraciaditos.

Mi novia Azucena

Si crees que te han cachoniado, lee esto.

Foto por: Nicolás Pérez

Yo me acuerdo que tenía una novia una cosa loca que se llamaba Azucena, Azucena del Río. Era mona, alta, piel blanca, un ojo azul, otro verde, culo lindo y tetas redonditas. A veces cuando iba por la calle la gente me paraba y me preguntaba, “¿oiga, usted cómo hizo? Y yo sólo respondía: “es que la tengo grande”. Y Algunos se reían otros me miraban y decían “pobre imbécil”. La verdad es que yo ni siquiera sabía, y siempre me preguntaba ¿qué vaina fue lo que vio en mí?, pero me acordaba que allá arriba en los cielos hay un Dios y tal vez Él me llevaba en la buena.

Con Azucena manteníamos en cine, en restaurantes y de vez en cuando íbamos a rumbear. Es que yo era muy celoso y cada vez que llegábamos a un lugar ella atraía a un montón de tipos que en el mercado me sobrepasaban en plata, pinta y ganas. Pero Azucena como sabía que yo me molestaba, me besaba siempre delante de todos, no se me despegaba y hasta dejaba que yo la mangoneara. Yo siempre creí que ella estaba enamorada, que nunca me haría daño, pero luego me daría cuenta que no.

Azucena era casi la mujer perfecta, sólo había dos cosas raras en ella. La primera, fue que se demoró casi dos meses en mostrarme su casa. La segunda, es que tenía muchos perros en ella, cuanto perro se encontraba en la calle ella lo adoptaba. Pero aunque al principio me pareció extraña la cosa, con el tiempo me pareció un detalle bonito, y peor al ver lo cariñosa que era con mi Bull Terrier “Pombo”. Todo el día jugaba con él, lo bañaba, le compraba cosas, lo hacía ir por un frisbee. Yo la molestaba diciéndole que me lo había mariqueado. Ella se reía y me daba besos que hacían que no importara que mi fiera blanca de trompa larga se hubiera vuelto todo un cachorrito.

Mi novia, la cosa loca, como tenía plata, trabajaba medio tiempo por placer en una librería kitsch. El resto de la tarde se la pasaba en su casa o en la mía viendo televisión, o leyendo. Y ahí empezaba mi calvario, porque mientras yo estaba sudando las nalgas frente a un computador, me imaginaba que ella estaba con otro tipo, que llevaba una vida doble y que tal vez yo era su mozo. Así que la hacía meter al Messenger, la llamaba cada dos horas y trataba de controlarla.

Un miércoles Azucena no aparecía, no contestaba el celular, no estaba vía online. Así que me desesperé y salí disparado hacia mi casa. Cuando llegué no la encontré, lo raro es que se había llevado a Pombo. ¡La chimba me estaba cachoniando y el perro era su excusa de que lo había sacado a pasear! Con las lágrimas casi en mis ojos, me fui pa’ la casa de ella. Cuando llegué, un frío me recorrió la espalda, algo se sentía raro, lo presentía. Abrí la puerta como lo puede hacer el S.W.A.T. enterarse que un narco colombiano está a punto de saltar por la ventana. ¿Y qué creen?… Pues Azucena estaba acostada, mientras Pombo y todos sus perros le lamían ya saben que, untada de mermelada de fresa. Nunca en mi vida volví a tener perros. Tardé tiempo en volverme a meter con una mujer y tiempo en tener sexo oral.

A veces la gente se queja de los cachos, pero hombre, conoce mi historia para que dejes de lamentarte y agradezcas que aunque sea te los pusieron con un ser humano.