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"¿Que culpa tengo yo, de tener la sangre roja y el corazón a la izquierda?"

Falda Arriba, Calzones Abajo












Falda Arriba, Calzones Abajo

Por... Pedro Mairal

Tangas, calzones matapasiones, cucos de lycra, de algodón, de encaje; aquí está uno de los misterios que todo hombre quiere solucionar día tras día: lo que hay debajo de la falda.

En una terraza de Nueva York, Luisa Lane, entrevista a Superman (al verdadero, al de mi infancia, al actuado por Christopher Reeve). ¿Es verdad que puede ver a través de las cosas?, le pregunta. Sí, contesta él. ¿De qué color es mi ropa interior?, pregunta ella. Él dice: rosa, y ella se ruboriza. Gran escena. Siempre le envidié a Superman ese superpoder, lo hubiera preferido mil veces al poder de volar. Uno podría saciar la infinita curiosidad  que genera el cuerpo de  las mujeres, las formas que uno intuye bajo polleras, pantalones, blusas, suéteres... Uno podría ver por fin lo que realmente quiere ver. 

Una leyenda familiar decía que a los 16 años mi bisabuelo francés subió de polizón a un barco que viajaba a la Argentina, escondido bajo la falda de una señora que lo protegió. Hay que pensar en ropa muy distinta de la actual, las mujeres podían esconder gente bajo sus anchas polleras, unas faldas incuestionables que ningún guardia se atrevería a requisar. Eran otros tiempos.

Pienso a veces en mi bisabuelo escondido en la penumbra secreta de esa honorable señora del siglo XIX y me pregunto si no habré heredado cierto gusto por esa intimidad. Me acuerdo que, cuando yo todavía iba a misa en mi preadolescencia, una vez un cura dijo en su sermón que solo algunos elegidos estaban bajo el manto de María, y creo que yo quise estar entre esos pocos pero por las razones equivocadas, me gustaba la idea de esa penumbra celestial y erótica. Una herejía involuntaria y hormonal. Siempre me gustaron las Marías. En un poema poderoso César Vallejo le recrimina a Dios: ¡Tú no tienes Marías que se van!

Las Marías se van y te dejan extrañando cosas que ni sabías que extrañabas: la tanga colgada del grifo del baño, por ejemplo. Uno vive de esas cosas. Detalles femeninos. Uno puede quedar pendiente de lo que le va haciendo el viento a una mujer hermosa por la calle, para ver si de pronto un mínimo golpe de aire nos deja mirar los muslos y quizá con muchísima suerte un velocísimo atisbo de sus pantis, cucos, calzones, como se quieran llamar, aunque tengo que decir que no me gusta nada la palabra bombacha que se usa en Argentina.
Las bragas españolas, no están mal. Pero los pantis... Es una palabra bastante graciosa y colorida, con ese plural. Los boricuas usan la expresión "baja pantis" para hablar por ejemplo de un hombre ganador con las mujeres, es un tipo baja pantis, o incluso un buen auto puede ser muy baja pantis. 

Pero volviendo a los pispeos (o a la manía de espiar), qué maravilla cómo manejan las mujeres el arte de sugerir, de mostrar apenas, de dejarse espiar. Qué bien estudiado tienen el cruce de piernas con el vestido corto. Saben perfectamente cuánto dejar ver. Les gusta mostrar un poco de su intimidad, la caída casual de la tirita del brassier o del vestido, el elástico de la tanga asomando por el jean de tiro bajo. El arte del escote, con su abismo. Muchos trucos estudiados para darte apenas un veloz atisbo de belleza, como un fogonazo, para encandilar. 

Qué bien juegan ese juego durante toda la vida. Se preparan para eso, se consultan, se visten juntas, se miran, se preguntan: ¿Me marca mucho? ¿Me hace gorda? ¿Estoy muy puta? Y esa relación que tienen con su ropa interior, esa manera de esconder cosas en el corpiño, hasta pueden llevar el celular en el escote.

Las mujeres por conocer guardan un misterio que uno quiere develar, desanudar, como un bombón bajo envoltorios sucesivos que vamos abriendo de a poco para alcanzar por fin su corazón de chocolate. Primero la ropa exterior, después la ropa interior, hasta llegar a la desnudez total o casi total, porque todavía están los anillos y pulseras y collares y aros, que podemos ir sacando como sugiere Neruda en su poema La noche del soldado, hasta llegar al cuerpo ininterrumpido de una mujer, donde nada se interponga entre su piel continua y nuestro beso. 

Ese despojamiento puede tardar un rato, una noche, semanas, meses. No hay que apurarse. Hay que mostrar insistencia y decisión, pero nunca hay que desesperarse, más bien hay que ir disfrutando los milímetros conquistados. Los estilos de las mujeres para desnudarse son diversos y sorprendentes. Las hay que les gusta que las desnuden, otras que prefieren quitarse ellas mismas la ropa. Algunas son desafiantes y sostienen la mirada, otras son tímidas, o simulan serlo. A veces sucede ese desnudamiento cruzado, del hombre lidiando con los botones de la mujer mientras la mujer lidia con los botones de él, pero si se vuelve muy torpe y urgente el asunto, entonces ambos de mutuo acuerdo se ocupan de sus propios cierres, broches y botones. 

Hay mujeres que se desvisten a los tirones, revoleando la ropa con calor (en general son veinteañeras), hay mujeres que dejan su ropa prolija sobre la silla. A veces quieren que veas su ropa interior, a veces no quieren. Depende cuán preparadas estaban para ese encuentro.

¡Y la diversidad de estilos de ropa interior! Tangas, culottes, biquinis... de lycra, de algodón, blancos con corazoncitos rojos, de encaje, negros, de seda, a rayitas, a lunares, a florcitas, con voladito, con animal print símil leopardo (yo trabajaba hace años en una empresa donde una compañera cada vez que se agachaba para poner resmas nuevas de papel en la fotocopiadora, dejaba ver  la parte de arriba de su tanga de leopardo; la llamábamos en su ausencia "tanguita de leopardo" o Jane, por la novia de Tarzán). 

Y los hay con inscripciones, de esas que se suelen ver al día siguiente, desayunando en la cocina, cuando ellas abren la heladera y vemos que en un cachete de su biquini dice "Girls rock" o "Juicy", "Sexy",  "Princess", "Love", y hasta vi una en la feria de Parque Centenario que decía: "Sacamela con los dientes". La pantidiversidad, el polipantaletismo, el multicalzonismo femenino. Las mujeres las consiguen donde sea. En la farmacia he visto unas cajitas de tres pantis, de distinto diseño: uno a rayas celestes, otro de flores, y otro bordó, por ejemplo, para la ingenua, la hippy y la femme fatale que una mujer puede ser a lo largo de un mismo día, depende el orden en que le vayan pegando las ondas, depende lo que vaya deparando la jornada. Nunca se sabe.

Una amiga viaja a Nueva York todos los años y compra en el barrio dominicano quinientas bombachas por doscientos dólares y después las revende en Buenos Aires mucho más caras. Me cuenta que donde saque su canasta, en cumpleaños, bares, o bautismos, las mujeres largan su cerveza, su novio o el recién nacido para agolparse alrededor y elegir la que más les gusta. Se codean, levantan una muy guerrera y le dicen a la amiga "esta, para tu cita de mañana". 

En general las solteras eligen sobriedad, y las que están en pareja, ya sin miedo a ser juzgadas, eligen quizá las más osadas, las rojas, o con cierre, o con plumitas, o transparentes. Los hombres, una vez en la vida, elegimos entre bóxer o calzoncillos y ahí nos quedamos con nuestras alternativas. Las mujeres tienen más capacidad de juego. Si pensamos en la transformación de su ropa interior, desde el mameluco de algodón, pasando por el corsé ajustado con cordones, la combinación y el viso a media pierna, hasta llegar al triangulito mínimo de la tanga y el biquini, o incluso hasta el corpiño usado por afuera de la ropa al estilo Madonna, se hace evidente el largo camino de liberación que vienen recorriendo.

Con respecto a la lencería, habría que hacer casi un tema aparte. Me refiero a los portaligas, las medias, los conjuntos de lencería erótica. No hay nada como una mujer que va camino a encontrarse con su amante, ataviada por debajo con un conjunto de esos de lencería. Ya en su secreto está todo cifrado. Ese tipo es el más afortunado del mundo y tiene que atesorar su expectativa como uno de los mejores momentos de su vida. Esa mujer se vistió así para enloquecerlo, para complacerlo, y se lo dice con un mensaje en el teléfono celular: me puse la lencería que me regalaste, llego en un rato.

La vida sexual de una persona quizá no se ponga mucho mejor que eso. Hay algo en esos elásticos, esos aparejos como de yegua de tiro, de carruaje, todo el atavío, las correas, los elásticos, lo tirante, hay algo de arnés de yegua caliente, respirando fuerte, mojada, ceñida, ajustada, las ancas redondas, el culo gigante, las medias negras al muslo, la estampa de una mujer superpoderosa... El uso de la lencería erótica es un hecho estético en sí mismo. Pero dejémoslo ahí porque los fetichismos no tienen mucha explicación. 

¿Qué sucede después?, ¿cómo se quita todo eso? Bragas, pantaletas, ligas, portaligas, corpiños, sostenes, culottes, biquinis, ¿cómo descubren el cuerpo? García Márquez en Vivir para contarla describe cómo se sacó las bragas la prostituta con la que perdió su virginidad y dice algo así como que se las quitó con las piernas bien estiradas y un rápido movimiento de nadadora. Eso es un escritor, el que te hace ver por primera vez algo que quizá ya viste varias veces pero nunca lograste fotografiar con palabras. 

Los buenos escritores enseñan a mirar. Así se sacan los calzones las mujeres cuando están acostadas: como nadadoras. A las mujeres no les gusta quedarse con las bragas esposándoles los tobillos (quizá porque en algún momento necesitan abrir las piernas), siempre las terminan pateando y qué felicidad cuando eso sucede. Los pantis volando por el aire. 

Y ahí se revela, en esta suma de revelaciones progresivas del desnudarse de las mujeres, algo todavía más esencial: el origen del universo, el pubis. Otro foco de diversidad femenina. Porque, retrotrayéndonos a las modas de las épocas, podemos encontrarnos con un pubis neanderthal no depilado hace tiempo, como de barba a los muslos, un encuentro que no le deseo a nadie. 

Después están los pubis de barba freudiana, poderosos, hirsutos, de pelambre casi impenetrable, irritadora. Más cerca de nuestros días (aunque todos estos pueden ser simultáneos y contemporáneos) están los pubis ya más cuidados, de triángulo equilátero, setentosos, presentes. Después el triángulo púbico que se vuelve más agudo, se angosta hasta quedar en bigotito führer, de cavado años noventa, como transición hacia el pubis más extremo: el depilado completo, el llamado koyak o brasilera, la negación del primate original, el pubis angelical, pelón, pelado, lampiño, impuesto por la moda dominante del porno. 

Sospecho que el pubis de triángulo presente va a volver, no en nivel arbustivo, pero sí como algo que de a poco se está dibujando nuevamente en la íntima conciencia física de las mujeres de esta primera década del siglo XXI (esta teoría puede fallar). 

Las mujeres no dejan nunca de sorprendernos. A veces -porque tengo un poco de cada fetichismo- ejerzo mi costado voyeur; me gusta espiar cuando mi amada se cambia o se viste. Me encanta. 

Me hace feliz el ruido del ajuste del elástico, ese tic, tic, de acomodarse mejor el corpiño, o de subirse mejor los pantis, la manera en que se abrocha el corpiño por delante y después le da vuelta para ponérselo, o cuando está de pie, subiendo una pierna sobre la cama para acomodarse una media. Todo ese show para mí, ese striptease en rewind. 

Pero para que suceda no hay que mirar descaradamente, hay que espiar, y en algún momento largar un piropo, un "qué lindas tetas que tenés, mi amor". Cosas así. Porque hay que celebrar su presencia en tu vida, hay que darse cuenta de que serías muy infeliz sin su atmósfera femenina circundándote. Hace poco escribí el final de un tango, la última estrofa nomás, que dice: Tus tangas a florcitas/ colgadas en el ténder/ me bailan en la luz del corazón.

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