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"¿Que culpa tengo yo, de tener la sangre roja y el corazón a la izquierda?"

Mi novia Azucena

Si crees que te han cachoniado, lee esto.

Foto por: Nicolás Pérez

Yo me acuerdo que tenía una novia una cosa loca que se llamaba Azucena, Azucena del Río. Era mona, alta, piel blanca, un ojo azul, otro verde, culo lindo y tetas redonditas. A veces cuando iba por la calle la gente me paraba y me preguntaba, “¿oiga, usted cómo hizo? Y yo sólo respondía: “es que la tengo grande”. Y Algunos se reían otros me miraban y decían “pobre imbécil”. La verdad es que yo ni siquiera sabía, y siempre me preguntaba ¿qué vaina fue lo que vio en mí?, pero me acordaba que allá arriba en los cielos hay un Dios y tal vez Él me llevaba en la buena.

Con Azucena manteníamos en cine, en restaurantes y de vez en cuando íbamos a rumbear. Es que yo era muy celoso y cada vez que llegábamos a un lugar ella atraía a un montón de tipos que en el mercado me sobrepasaban en plata, pinta y ganas. Pero Azucena como sabía que yo me molestaba, me besaba siempre delante de todos, no se me despegaba y hasta dejaba que yo la mangoneara. Yo siempre creí que ella estaba enamorada, que nunca me haría daño, pero luego me daría cuenta que no.

Azucena era casi la mujer perfecta, sólo había dos cosas raras en ella. La primera, fue que se demoró casi dos meses en mostrarme su casa. La segunda, es que tenía muchos perros en ella, cuanto perro se encontraba en la calle ella lo adoptaba. Pero aunque al principio me pareció extraña la cosa, con el tiempo me pareció un detalle bonito, y peor al ver lo cariñosa que era con mi Bull Terrier “Pombo”. Todo el día jugaba con él, lo bañaba, le compraba cosas, lo hacía ir por un frisbee. Yo la molestaba diciéndole que me lo había mariqueado. Ella se reía y me daba besos que hacían que no importara que mi fiera blanca de trompa larga se hubiera vuelto todo un cachorrito.

Mi novia, la cosa loca, como tenía plata, trabajaba medio tiempo por placer en una librería kitsch. El resto de la tarde se la pasaba en su casa o en la mía viendo televisión, o leyendo. Y ahí empezaba mi calvario, porque mientras yo estaba sudando las nalgas frente a un computador, me imaginaba que ella estaba con otro tipo, que llevaba una vida doble y que tal vez yo era su mozo. Así que la hacía meter al Messenger, la llamaba cada dos horas y trataba de controlarla.

Un miércoles Azucena no aparecía, no contestaba el celular, no estaba vía online. Así que me desesperé y salí disparado hacia mi casa. Cuando llegué no la encontré, lo raro es que se había llevado a Pombo. ¡La chimba me estaba cachoniando y el perro era su excusa de que lo había sacado a pasear! Con las lágrimas casi en mis ojos, me fui pa’ la casa de ella. Cuando llegué, un frío me recorrió la espalda, algo se sentía raro, lo presentía. Abrí la puerta como lo puede hacer el S.W.A.T. enterarse que un narco colombiano está a punto de saltar por la ventana. ¿Y qué creen?… Pues Azucena estaba acostada, mientras Pombo y todos sus perros le lamían ya saben que, untada de mermelada de fresa. Nunca en mi vida volví a tener perros. Tardé tiempo en volverme a meter con una mujer y tiempo en tener sexo oral.

A veces la gente se queja de los cachos, pero hombre, conoce mi historia para que dejes de lamentarte y agradezcas que aunque sea te los pusieron con un ser humano.

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