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"¿Que culpa tengo yo, de tener la sangre roja y el corazón a la izquierda?"

De hechicerías, brebajes y demonios

Por... Armando Zambrano <Facebook > 

Don Fernando Zalamea y del Castillo guardó por casi cerca de un siglo estas crónicas sobre el dictador. En un baúl las conservó celosamente y allí apiladas fueron tornándose amarillas o violetas. Hubo necesidad de un curador para extraer cada frase y de un latinista para interpretar la caligrafía con su sentido. Eran más de seiscientos folios cuya tinta de venado fue perdiendo la fuerza con el tiempo. En algunos de sus bordes se encontraron secretos de hechicerías, demonios y brebajes. Hildalgo caballero, no paraba de narrar la única batalla que libró. Fue en los extensos bosques del Aljurrí allí donde se cruzan dos caudalosos e imponentes ríos; el alhumar y el algadaba. Así los bautizaron las cabezas de donde se desprende el linaje del dictador. El misterio de la pata de cobre y los tres dedos de tripa de buey de Don Fernando Zalamea y del Castillo tiene su origen en los socorros del plebeyo. La pata fue templada con piedras al rojo vivo extraídas del alhumar, los dedos fueron puestos al sol hasta que alcanzaron la forma sin sus uñas. 

En una de las crónicas se lee que aquella noche cuando el dictador aniquilado por el pánico, viendo su corte de aplausos silenciar el acorde, se quedó mirando fijamente a la única guacamaya negra que había en el Salón de los Ancestros. Su mirada fue tan fría que le robó su alma y desde entonces yace allí disecada. El secreto lo aprendió de aquella mujer, la única que tenía los cabellos de alambre cobrizo y la nariz como una pata de arracacha. El la buscaba al lado de la Abadía; se escondía en una capa de esas que usan los agustinos descalzos y embriagaba de amor su ego. Nunca siquiera la mujer le dio un beso, ella lo acogía para extraer de él sus secretos del poder. A cambio, la plebeya le enseñó cuanto sabía de hechicería. Le dijo que por ejemplo, para dominar a bribones, cortesanos, parlanchines y bufones sólo requería tomar este brebaje. Un pelo de burro seco, dos alas de mosca azul, el ojo izquierdo del zancudo verde, una pisca de grasa de marrano joven y tres pelos de culebra. Esto lo mezclaba con un líquido cristalino que no era agua pero sí lágrimas de colibrí. La agilidad del colibrí le daría las fuerzas para disecar cualquier maledicencia. Pero si quería conjurar las sublevaciones sólo requería consumir fuego de camaleón con agua del algadaba. Para controlar los chismes y otros desmanes de la consciencia sólo le bastaba con secar un rayo de fuego de dragón de dos cabezas. El dictador encontraba allí lo que sus ancestros le enseñaron. Y en verdad, los saberes de brujos, alquimistas y astrólogos fueron arrebatados por la ciencia. 

Más adelante dice la crónica que la guacamaya negra disecada por la mirada del dictador era una maldición y que pronto, muy pronto, la abadía caería en llamas, la torre derruida y cada escondrijo sería azotado por la plebe. Era cierto, Don Fernando Zalamea y del Castillo apuntó en uno de sus bordes que si de demonios se hablaba en el palacio había uno. Nunca se supo si en verdad fue la mujer nariz de arracacha su iniciadora, pues en la crónica se observa que esto lo aprendió en uno de sus viajes. Lo cierto es que la hechicería, brebajes y demonios no le ayudaron a salvar su alma cuando hubo de hundir sobre su pecho el aguijón de su delirio.

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