Datos personales

Mi foto
"¿Que culpa tengo yo, de tener la sangre roja y el corazón a la izquierda?"

El miedo del dictador

1ra Crónica: El miedo del dictador



Por... Armando Zambrano <Facebook > 

La inquisición legó en la historia de la humanidad una práctica terriblemente inhumana y todo consistía en atacar al “hereje”. La palabra herejía, base fundamental de este Tribunal de Oficio, es una derivación del término griego que significaba “elegir” “querer”, escoger”. El Tribunal de oficio de la Inquisición fundaba su acción en las simples denuncias sin fundamento. Se atacaba la supuesta hechicería y toda práctica contraria a los preceptos de la Sagrada Institución Católica. La herejía se clasificaba en varios delitos: apostasía a la fe, blasfemias, Cismas, Adivinanzas y hechicerías, evocación de brujerías, ensalmos y demonios, delitos cometidos por los no sacerdotes cuando celebraban misa o confesaban sin tener la investidura para hacerlo, etc. Un código de hecho, cerrado, temeroso de la verdad o de la libre práctica se impuso y con ello surgieron los más crueles castigos infligidos al denunciado. El Tribunal de la Santa Inquisición fue una máquina de terror cuyas prácticas generaron diversos métodos de tortura física. El Nombre de la Rosa, hermosa película cuya trama es la búsqueda del libro de Aristóteles: Poética -sobre la risa- ilustra perfectamente la función de dicho Tribunal. En grandes líneas, esta maravillosa película muestra cómo una Abadía benedictina italiana del siglo XIV cae presa del pánico por la muerte misteriosa de uno de sus monjes. El libro de Aristóteles está en el centro de la causa de la extraña muerte de varios monjes. Esta bella película dirigida por Jean-Jacques Annaud muestra cómo la risa era considerada una puerta para burlarse de los infieles. El monje ciego en la película consideraba que la risa no era más que la apertura para el pecado. Este hecho se tradujo como un delito para la Iglesia, pues fuera de la religión no se admitía ninguna libertad de pensamiento. Al final, el Tribunal de la Inquisición condenó, torturó despiadadamente y la biblioteca se prendió en llamas… arde la Abadía… En nuestro país, precisamente en la Plaza Bolívar de Cartagena de Indias, se encuentra el Palacio de la Inquisición. En uno de sus costados, volteando la esquina, hay varias ventanas circulares con barrotes. Allí se lee que por una de estas ventanas se denunciaba a los herejes. Podía darse que si alguien tenía un enemigo una forma de aniquilarlo era denunciándolo falsamente. La hoguera, el martirio, la horca no fallaban.

De este Tribunal de oficio aprendieron rápidamente los dictadores. La tortura psicológica, la flagelación física, la persecución ideológica y en general, la práctica del terror. Sólo se requiere ver detenidamente el oleo de Munch –el grito- para ver la crueldad de la persecución. Pero lo que hay allí, en el fondo del inconsciente, es el miedo del dictador. Precisamente porque la libertad de pensar desgarra su ego, le genera pánico y cae presa del delirio de grandeza. Los dictadores son mediocres en sus formas de vida y aducen títulos que ellos mismos son incapaces de poseer. Se presentan como incólumes frente a las mayorías y obedece sin reflexionar ni pensar. Su estructura social está armada sobre ejes de terror y padece de insomnio. Su moral está adornada con el garrote y cree profundamente en el verbo divino. Para ejercer el poder, del cual él es consciente que pronto lo aplastará, el dictador se aferra a las más temibles prácticas de persecución. Iracundo en su forma de decir públicamente la debilidad que lo carcome, el dictador ríe falsamente. Para ver la grandeza de una lucha es justo y necesario detenerse a ver el miedo del dictador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario